Yeats pregunta: “Cómo podemos conocer a la bailarina del baile?” como si fuera imposible, como si el espectáculo de la actuación fuera absoluto. Ojos hambrientos han venido a devorar. Belleza es lo que quieren. El hambre no se contenta con alimentarse del espectáculo. Demanda el propio ideal, insertado en la carne. Estas jóvenes están confeccionando una concepción de la gracia, el arqueamiento flexible, la torsión y ruptura de la feminidad. ¿Y sí, en lugar de morir de hambre, supieran de sus apetitos salvajes? ¿De la rica herencia que les confieren las curvas de sus cuerpos? ¿Y si los ojos que se voltean hacia ellas no estuvieran cargados de una sed terrible, sino de respeto y amor? Una mirada así revelaría lo que aún queda de sagrado aquí, la belleza que permanece a pesar de los años de reflejo en los espejos de otros, cómo, incluso en el reposo ellas tiemblan con el esfuerzo que la gracia requiere, con el cansancio de atletas, con el júbilo de la danza. Encarnan, no un ideal imposible de belleza, sino el refugio entre el estudio y el escenario donde todos nosotros ocasionalmente descansamos, nos reunimos, susurramos y reímos. La capacidad de habitar “el espacio invisible,” es la mirada perspicaz y la marca de una artista que vale la pena celebrar.

Texto: Susanna Locascio, escritora y cineasta.