A Eduardo Sacheri lo conozco por la película “El secreto de tus ojos.” Él, junto a José Campanella (argentinos), escribieron el guión de la cinta. De hecho, el guión fue una adaptación de la novela original de Sacheri: “La pregunta de sus ojos.” En 2010 la cinta gana un Óscar a la mejor película extranjera. Este impresionante film me dejó marcada por la belleza del tratamiento del paso del tiempo y todo aquello que no nos decimos. El amor se manifiesta en silencio entre Benjamín Esposito e Irene Menéndez Hastings (Ricardo Darín y Soledad Villamil) a través de los años y en todas las peripecias que deben cruzar juntos como compañeros de trabajo, pero existe sólo así, de ninguna otra forma más. El film, ciertamente, es mucho más que esto, pero al leer “Lo mucho que te amé,” vi la marca de un autor y esas formas de narrar al amor, con sus limitaciones, sus aciertos y desaciertos. Tres días me llevó devorarme el novelón de casi cuatrocientas páginas.
Lo leí atragantándome cada capítulo, queriendo anticiparme a los eventos más nimios que son en realidad los más sugestivos y provocadores de la novela. La vida de cuatro hermanas se desarrolla en el Buenos Aires de los cincuentas y sesentas, en pleno período Peronista. El contexto político se filtra sutilmente en las conversaciones y las aventuras familiares, pero no acapara el escenario del amor, del amor prohibido que es el tema centrífugo de la novela. Ofelia, la penúltima hija, la protagonista de la historia, y a través de quién lo vemos y lo vivimos todo, se ve envuelta en la peor de las situaciones amorosas: se enamora de su cuñado, y además, es totalmente correspondida. No es un spoiler, no se preocupen, la novela es bellísima no solo por los acontecimientos que propone, sino por las reflexiones de la protagonista alrededor del amor, de la culpa, del vínculo entre hermanas y de lo que implica la libertad de ser mujer.
Sacheri perfila la mente de Ofelia con la precisión de un alfarero. Sentimos sus nervios, su tensión permanente, su agonía, su culpa tan determinante para sus relaciones amorosas. La culpa de Ofelia es un rasgo más de su ser, como el color de su piel, de su pelo, los dedos de sus manos o su tono de voz. Mientras leo, me encanta precipitarme a sus conflictos, a sus embrollos mentales, a su sinfin de preguntas que abren miles de universos. Parecería que estos cuestionamientos la salvan de los abismos del amor, del propio laberinto de la culpa, pero lo único que hacen es intensificar sus sentimientos, su sentido de vida.
Y pasan los meses y luego los años y Sacheri es el maestro del pasar del tiempo y los amores en silencio. Y me escapo por unos segundos a “El Secreto de sus ojos,” y a esa melancolía de lo que no se puede vivir, pero en algún universo paralelo ya existe a plenitud. Entonces, el amor nunca se apaga, se enciende aún más, porque pasa todo y no pasa nada a la vez. La culpa, en cambio, es el espacio donde se va gestando la solución. La culpa asfixia el instante, pero a largo plazo ofrece el pasaporte a la libertad.
Nada más hermoso para un fin de semana de cuarentena que encontrarse con un libro así.