Conozco a caballo y arveja en persona, desde que eran unos diminutos paquetes de algodón y dormían en la cama de sus dueñas. Los dos siempre juntos, porque son hermanos y no pueden vivir ir el uno sin el otro. Cuando timbro la puerta, escucho sus patitas correr sobre el piso de madera. Sus ladridos poderosos me dan la bienvenida. Criaturas salvajes, de pelaje tan suave que no puedo dejar de acariciar mientras visito a mi amiga, a mi amiga poeta, quien ha escrito unos poemas alucinantes sobre sus dos hijos peludos.
Generalmente escribo sobre películas, pero esta vez me dieron muchas ganas de escribir sobre caballo y arveja, poemario de María Auxiliadora Balladares, la dueña de estas bellísimas criaturas de cuatro patitas. Es un gran desafío adentrarme en estas líneas. Me da miedo decir algo que no se pare a la altura de las sensaciones y emociones que estos poemas me provocan. Pero escribiré sobre él y sobre ella, porque yo misma soy madre de un ser de esta especie, que me sostiene el mundo y me revuelca con su ternura y su insensatez tan sensata, llenando mi vida de una belleza inconmensurable. Esta simple semejanza juega a mi favor, creando un puente entre mis emociones personales y las palabras de una amiga poeta.
Roque de un lado. Lara, del otro. Los dos en un mismo libro largo y de color naranja, con fotografías de figuras de cerámica que complementan las páginas: una taza de té, una garrapata, una tirita de arvejas y una planta. Figuras que vienen de las palabras, del mundo de Roque y Lara. Para leer sobre Roque, hay que tener a Lara patas arriba. Y para leer a Lara, Roque gira y el libro abre una nueva ventana. Casi imitando un abrazo que envuelve una pequeña porción del cuerpo de María:
Lara en la cuenca de mi corva
Roque en la de mi vientre
El libro es una oda al baile de sus críos. Una celebración a una especie sublime que ha venido a la Tierra para enseñarnos el amor sin condiciones. Un poema sobre otro, que late al ritmo de sus cuerpos encrespados, heridos, pero vivos. Mágicos. Caballo con su crin al viento. Arveja, dulzura absoluta en su diminuta redondez perfecta. Juntos cabalgan los corredores de un departamento de la ciudad, cada uno con su cicatriz, su temblor, su infertilidad. Pero nada detiene a la vida, nos dice su dueña en cada línea y entrelínea; a la vida que siempre está buscando desesperadamente más vida, más luz, más energía.
Los versos revelan el poder de observación de una madre que conoce cada movimiento de su hijo y de su hija, sus formas de relacionarse con su entorno, y ciertos aconteceres que evidencian su inteligencia y sensibilidad. María tiene la percepción de madre y poeta juntas, combinación perfecta entre intimidad y poder, poder para transmitirnos un lenguaje animal que se revela en ese acierto de palabras perfectamente combinadas. Intimidad porque lo sabe todo, como las madres, y lo intuye todo, como ellas, esculpiendo un retrato de sus hijos con las metáforas más sensuales e imprimiendo una fotografía con todos sus recuerdos sin dejar uno solo en el olvido. Entonces, de pronto, reconozco a estas criaturas, pero no por aquellas veces que las acaricié, sino porque han sido nombradas desde el lenguaje translúcido de la poesía más dócil, la de su madre.
Las palabras que se atreven a nombrar otro universo, y aciertan, son una carta de amor a todos los caballos y a todas las arvejas del planeta. Se vuelve el músculo de nuestros animales, sus movimientos, su travesura, su dolor, y su inocencia. Un hocico húmedo al amanecer sobre el regazo de la madre es una sola palabra, la precisa, la perfecta. No importa cual. María sabe cual. Roque y Lara saben cual.
La ternura sembrada en la lengua. Mi verso favorito de todo el poemario. La piel se atormenta por leer tanta verdad. Es la lengua de Lara, son sus lamidas y su propia forma de hacer poesía. Verso que, para mí, describe la fuerza del universo y su capacidad de amar, de dar, de sentir. Lengua es la palabra clave en el mundo animal. Trozo de carne color rosa que busca la supervivencia, el amor, la amistad, que busca a la madre y al padre. Y en esto nos parecemos a estas criaturas. Nuestra lengua busca la verdad.
Esta es la sensibilidad de una poeta que tiene la cualidad de navegar en la dimensión de otra especie, difuminando límites y horizontes de distintos planetas. Por ello, escribe con pasión, decisión y con la transparencia de aquel lugar desconocido y misterioso de donde venimos todos: María, Roque, Lara y el resto de nosotros. Entonces, la poeta se “animaliza” para crear este lenguaje que unifica al yo y al nosotros creando un nuevo ser, de piel y pelaje blanco, mitad caballo, un poco humano, con lunares en forma de arvejas, con lenguas tiernas que toman una taza de té. Aquí unas líneas poéticas:
Aprendimos a distinguir una servilleta de papel de una de tela
Porque nada más se espera de nosotros
Quieren que enlodemos la risa
El vaso
Que nos viremos
Que nos demos la vuelta y regresemos
A nuestra cueva australiana
Quieren que olvidemos que vinimos desnudos tarareando
Una dramática melodía de verano
[…]
Somos la soga al cuello de una flor triste
Tú y yo somos un caracol oculto en la guantera
Una forma de la fiesta que frota en el pecho un pájaro usado
De perejil
O de árbol ahijado
Somos el estornudo de un alcornoque que no corteja el ala
No quiero irme. Quiero quedarme junto a estas criaturas de pelo blanco como la nieve de Cayambe, el monte de su padre. Roque duerme sobre el regazo de mi amiga. Lara, sobre el mío, ha adoptado mis piernas para su descanso por unos minutos. Me siento afortunada. La ternura de sus lenguas reposa, pero siempre está latente, a punto de estallar en ladridos, lamidas, y gemidos en un sueño donde están con todos los demás perros y perras del planeta. Las palabras flotan en el aire, rodeando nuestros dedos, embelleciendo el silencio de una noche de pandemia.
Se escuchan los sonidos del universo en tu hocico del futuro
En tu cuerpecito panal de abejas
Eres Roque verdadero
El pequeño dador de alegrías raras
Catarata del vuelo
En un cacto viejo y prieto
Gracias amiga, gracias madre y poeta.